domingo, 25 de abril de 2010

Megaterremoto


Chile y su talón de Aquiles: el Centralismo


La madrugada del 27 de febrero alguien podrá decir (y no pocos) que tuve la fortuna de encontrarme a miles de kilómetros de mi país natal, Chile. Exactamente a las 3.30 de la mañana se desató unos de los terremotos más intensos y devastadores que se hayan registrado (8,8 en la escala de Richter). Yo también creo que tuve suerte dimensionando lo vivido por mis compatriotas, pero la angustia de no saber exactamente lo que ocurría no es comparable pero sí es un sentimiento tan terrorífico como el mismo cataclismo.
A las pocas horas de ocurrida la catástrofe comenzaron a verse en la televisión las primeras imágenes de Chile, más concretamente de Santiago, su capital. En ellas se veía una ciudad atemorizada pero para sorpresa mía, y evidenciando la magnitud, en pie. Por lo que se percibía en las imágenes los destrozos eran menores.
A esa tranquilidad también ayudó la calma y la seguridad con la que la entonces Presidenta Michelle Bachelet acudía a su primera rueda de prensa, señalando que todo estaba controlado y que en un principio “Chile no va a requerir aún ayuda internacional”. Esas declaraciones me tranquilizaron por completo, y en el fondo me llenaron de un orgullo tremendo al saber que mi país era capaz de soportar una catástrofe de tal magnitud sin sobresaltos, a diferencia de lo que había ocurrido semanas antes en Haití.
El patriotismo, el chovinismo, el nacionalismo brotaron de mi pecho inflado por el orgullo de pertenecer a un país “desarrollado” y “maduro”. Y me consta que muchos compatriotas se sintieron igual. Que peligroso.
Digo peligroso porque ya transcurrida las horas se comenzó a saber que hacia el lugar del epicentro, a unos 500 kilómetros al sur de la capital, dicha tranquilidad estaba lejos de ser cierta. En esta zona el cataclismo había golpeado con dureza. Y para agregar más crudeza a la tragedia se desató un maremoto que destruyó varios pueblos y ciudades costeras.
Esta visión sesgada de nuestra realidad como país la entiendo. A los pocos días viajé a Santiago para reencontrarme con los míos y constatar lo ocurrido en mi ciudad. Y mi sorpresa fue que a pocos días de haber ocurrido un megaterremoto todo parecía tan normal como siempre. Incluso el ánimo de la gente daba esa sensación. Aún asustados por la magnitud pero tranquilos de estar en una ciudad que aguantó bien. Todo seguía su curso.
El problema estuvo en que las comunicaciones se vieron interrumpidas varios días por lo que no se tenía real constancia de lo que estaba ocurriendo en el sur del país. En la capital recién dos o tres días después del sismo se tuvo acceso a imágenes de la cruda realidad, de la tragedia, del sufrimiento. Una vez restablecida la electricidad y las comunicaciones se pudo ver las primeras imágenes del tormento, de la gente deambulando por las calles, aun choqueados intentando recobrar el sentido, de reconocer el pueblo, la ciudad, de intentar reconstruir aunque sea con los recuerdos dónde estaba la casa, el colegio, la iglesia. Fue en ese momento cuando nos percatamos los chilenos de que nuestro país no estaba tan preparado para este tipo de acontecimientos, y que la imagen del país desarrollo era sólo un espejismo.
Es lo que ocurre en un país como Chile, Centralista en todo el sentido de la palabra, que se mira el ombligo todo el rato, sin saber qué pasa más allá. Espero que esta tragedia por lo menos nos haga reflexionar en ese sentido. Que nos ayude a darnos cuenta que Santiago no es Chile.

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